Hablamos con cuatro participantes de este proyecto, impulsado por el Foro de Empresas por Madrid, el Ayuntamiento de Madrid y varias ONG. que antes y después de la pandemia ha demostrado ser un programa muy útil para evitar la pandemia del siglo XXI: la soledad.
“Me apunté a mediados de septiembre gracias a un amigo, que lleva en el coro tres años. Hace mucho tiempo que quería hacer algo así y al ver a mi amigo tan contento fui corriendo a buscar plaza”. Así explica Andrés, profesor de Secundaria, cuando se le pregunta cómo llegó al coro de acción por la Música dentro del proyecto Experimento Compañía. Una iniciativa que forma parte de los 14 proyectos que en 2021 aprobó el Foro de Empresas por Madrid para apoyar.
Canto, teatro o audiovisuales son las disciplinas que se desarrollan desde antes de verano, que se mantuvieron en los meses de estío y que ahora se reinician en otoño. El proyecto cuenta con la participación de varias entidades artísticas sociales y sin ánimo de lucro: Fundación para la Acción Social por la Música; Asociación Plataforma REDOMI; Asociación Sociocultural Caídos del Cielo, y Fundación Voces para la Conciencia y el Desarrollo.
El perfil de Andrés es uno de los muchos que se encuentran entre los participantes de los talleres. Empleados o no, viviendo solos o en compañía, pero siempre con una necesidad de tener un punto más de actividad y de encuentro social entre iguales. “Soy soltero y vivo solo”, comenta Andrés, que ha sufrido problemas de ansiedad o depresión.
“El coro -continúa- ha sido gratificante, pero también terapéutico porque hay muy buen ambiente, de compañerismo y se hacen otras actividades después del coro como tomar algo”. “Además”, completa el participante, “el director del coro, Javier, es clave para ello, es un profesional que lidia con nuestras personalidades. Tiene grandes conocimientos de música pero también una experiencia humana muy útil para estas actividades. Me apunté por soledad y este taller me parece de 10”.
Sociabilización, diversidad y bueno para el alma
Igual de positiva se muestra María Ángeles. Ella tiene 64 años y vive en el distrito centro de Madrid. “Me enteré de Experimento Compañía a través del centro municipal de mi zona y me apunté el pasado año a coro. Después conocí el teatro y los talleres de Caídos del Cielo y me encantó”, explica. “Pensé -continúa- que el teatro sería una actividad que haría muy bien al alma y tuve la oportunidad de participar en unos talleres con ellos. Descubrí un trabajo que me hacía mucho bien, personas con las que compartir, una familia, un ambiente muy acogedor. Me permitía ofrecer y dar parte de lo que yo tengo”.
Ella, jubilada y con un pasado de cuidados con sus padres y una tía, que ha lidiado con el desempleo y que ahora se enfrenta a la enfermedad de su pareja, reconoce que en la pandemia lo ha pasado realmente mal. “Fue como un anillo para mi dedo cuando descubrí Experimento Compañía” y destaca que le hace sentir “muy bien la diversidad de personas y vidas que hay” en los talleres. “Además, he podido conocer más la ONG, su trayectoria y conocer a más gente”, relata María Ángeles que comenta que su objetivo es “dar lo que tengo y recibir de todas las personas que forman parte, compañeros, pero también formadores”. “Nos ayudan mucho a socializar, a querernos a nosotros mismos y a los demás, por eso creo que es una actividad que es un regalo”, comenta.
Contrarrestar la tendencia a aislarse
Por su parte, Denís, de 59 años, eligió el coro de Dalanota. “Una compañera nos dijo que existía una convocatoria para entrar en un coro gratuito en el que estaba muy contenta de su experiencia tan agradable y divertida de participar, que era muy chulo”, comenta Denís, que recuerda que desde pequeña ya le llamaba mucho la atención las artes y en especial la música. “El canto coral -comenta- podría ser la puerta que se abriera en ese sentido. Ante mi tendencia a aislarme me parecía importante contrarrestarla con una actividad y podía significar una oportunidad a través de la experiencia artística de las personas que vivimos en soledad”.
Elementos como la “mayor vulnerabilidad por estados de salud e incluso con discapacidad”, como ella misma comenta, hacen especialmente interesantes estos talleres. “Especialmente si está guiado por un equipo de profesionales preparados y vocaciones cualificados que aseguren con garantía la seriedad y calidad del proyecto tutelado”, detalla. El día a día de los talleres es muy gratificante para Denís: “Hacen que te integres sin presión ni prejuicio con lo que no sientes dañada la autoestima, sino que se potencia con un trato amable, positivo y cuidado en el respeto”. Ella resalta que la dinámica de los talleres “consigue crear confianza, inclusión y compromiso que anima al entusiasmo por cada reto musical que se propone”.
“Mis expectativas se van cumpliendo ya que valoro el cuidado de la calidad que se mantiene sin dañar ni producir sufrimiento por lo que llega a ser curativa y el equipo consigue generar un ambiente atractivo para seguir participando. Mi valoración en general es que cuida y mejora la salud biopsicosocial a través del arte”, finaliza.
Desde los talleres de audiovisuales, nos cuenta su experiencia Rober. Tiene 61 años y vive en Batán. Se apuntó gracias a que un amigo se lo dijo y al vivir solo, no dudó de que sería una buena oportunidad para socializar con más gente y sentirse mejor con uno mismo. Al ser preguntado por qué se apuntó a audiovisuales y no a teatro o coro, lo tiene claro: “En realidad me interesan todas las ramas de las artes. Antes ya había hecho foto y algún montaje de video, así que todo lo que sea aprender me interesa”. Con esa actitud tan positiva, todos los participantes coinciden en que se trata de una actividad muy valiosa y, sobre todo, que debería mantenerse en el tiempo para lograr los objetivos finales: combatir la soledad no deseada en las ciudades como Madrid (Fotos: Experimento Compañía y Francesco Pitón).
